Reflexión Semana Santa
“…hay del que en su alma alberga desiertos!!!”
En nuestra vida, a quién no le gustaría convertir las piedras en pan, para poder saciar el hambre de millones de niños que padecen cada día, millones de personas que hoy por las diferentes crisis que pasamos están sufriendo de alguna manera; a quién no le gustaría tener todos los reinos del mundo para poder evitar la desigualdad, que nos aqueja en diferentes ámbitos de nuestra vida, sobre todo hoy a causa del Covid-19 que nos manifiesta tantas injusticias, o las influencias suficientes para poder transformar este mundo o la sociedad en que vivimos.
Definitivamente a todos o casi todos les gustaría, desearían poder tener el poder para, de alguna u otra forma, mejorar de inmediato o a grandes pasos el mal y las injusticias que hay en nuestra sociedad, que de paso afectan al mundo entero, como decía más arriba sobre todo hoy que nos enfrentamos a una pandemia a nivel mundial y que nos exige que seamos más y mejores personas.
Jesús estuvo cuarenta días en el desierto ayunando, preparándose para su misión. El desierto para el hombre judío representa, al igual que el mar, un lugar de caos, de abandono de la presencia de Dios, donde habitan las “bestias salvajes”, es “la imagen opuesta al Edén” (Ratzinger, 2007). Una tentación quizá que pide transformación, que pide vida.
Jesús siendo fiel al Padre Dios, manteniéndose cerca de Él, nos dirá Benedicto XVI que convierte y transforma el desierto en un “lugar de reconciliación y de la salvación (…) Las ´bestias salvajes´ se convierten en amigos como en el Paraíso. Se restablece la paz que Isaías anuncia para los tiempos del Mesías (Cristo). (Ratzinger, 2007)
Entonces cabe preguntarnos “¿Qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana?” quizá ustedes en estos días han logrado darse cuenta y tengan algún tipo de respuesta a esta pregunta, desde un punto de vista cristiano y no cristiano podríamos decir la familia, las amistades, la solidaridad, por nombrar valores e instituciones que nos dan protección, pero principalmente el compartir junto a los que amamos.
Nos encontramos no solo en un periodo religioso, que nos interpela, sino que ante una realidad que nos interroga día a día en este aislamiento social, a creyentes y no creyentes, porque la ciencia demora, el dinero no sana, lo material no reconforta, nuestras autoridades no saben qué hacer, nos enfrentamos ante problemas que no discriminan y que nos demuestran nuestra fragilidad.
La misión de Jesús nos muestra que no solo debemos reconocer “como verdaderas las realidades políticas y materiales” (Ratzinger, 2007), sino aquello que está dentro del ser humano es lo que transforma la realidad, desde un punto de vista ético, el cual no es muy diferente al religioso, el deber, la voluntad humana, la búsqueda de la felicidad en relación a la naturaleza humana resultan ser lo realmente verdadero y valioso, aquello que transforma el desierto en nuestro interior.
Heidegger nos dirá que debemos pasar del “pensamiento calculante al pensamiento meditativo”, y esto cobra sentido sobre todo hoy, en medio de una crisis en la cual debemos obligadamente pensar en el otro, ahora llegó el momento, se nos está remeciendo, abofeteando, ya que vivíamos en un mundo individualista, y soberbio, el cual cree que casi todo se resuelve a través del tener o no tener, de la imagen, del rendimiento, de los números, dejando al otro atrás.
Se propaga un virus que nos hace encerrarnos en nuestras casas, a algunos, porque otros deben salir a trabajar para poder mantener sus hogares, entonces solo vemos reflejado lo que se discutía en el “estallido social”, es decir, la desigualdad y la injusticia social, haciéndonos ver lo irresponsables que hemos sido en la administración de nuestro medio ambiente, sino que también con nuestros pares.
Nos enfrentamos a un virus que no solo ataca nuestra salud, sino que, teniendo una mirada positiva, interpela nuestra forma de actuar, tan individualista que hemos tenido hasta ahora como sociedades, en las cuales reina la competencia, que degrada no solo nuestro medio ambiente sino nuestra humanidad, nos aísla, nos separa del otro como un semejante y nos separa del medio ambiente que tanto “amamos.” Pero nos une, en algunos casos a nuestros seres queridos. Y nos vuelve a preguntar, “¿Qué es lo que cuenta verdaderamente en la vida humana?”.
Recuperar la armonía hoy resulta ser un sacrificio aún mayor que el de antes, ya que significa abrir los ojos y la mente a aquello que no estábamos viendo, que era el “desierto” y la soledad en la que nos estábamos hundiendo y de la cual pedimos a gritos poder salir, para disfrutar no solo de nuestros seres queridos, sino que de todo aquello que no estábamos disfrutando por estar encerrados en nuestros trabajos, en nuestra competencia por la producción, por la imagen, incluso por el hecho de alimentar nuestras familias; esta pandemia nos debe abrir las mentes a esa realidad que está ahí pidiendo que la aprovechemos, que la cuidemos.
Recuperar la armonía con el medio ambiente, resulta fundamental hoy en día, no solo para nuestra sobrevivencia, sino para la de nuestros nietos, y sobre todo para los más débiles de nuestro planeta, los pobres, los niños, los animales y las plantas, a esos mismos que hace dos mil años atrás acudió Jesús después de haber transformado el desierto, ¿qué desierto? Efectivamente el desierto del interior de las personas de su época, para que compartieran sus bienes, fueran en ayuda de los más necesitados.
Hoy, los más débiles, los más necesitados son los seres humanos más vulnerables, los niños, los ancianos, los animales y plantas que no tienen voz en nuestro mundo. Transformar el desierto en nuestro interior consiste en generar esa armonía que nos permite preocuparnos por el otro, no por tener todos los reinos del mundo; darle pan al que está a mi lado, no necesariamente convertir todas las piedras en pan; no querer lo espectacular sino hacer lo posible por mi hermano que lo necesita.
Estos tiempos nos deben enseñar a revivir, a reencontrarnos, al que no es creyente con la Vida, al que lo es con Dios, incluso donde se decía que no estaban, descubrir la armonía con aquellos seres que nosotros tratamos de salvajes, comprender que el ser humano es naturaleza y debemos estar en constante relación con ella, porque es lo que nos hace más humanos.
“Qué casualidad que el virus nos ha empujado a nuestras casas, adentro. Como una metáfora poética de lo que siempre se nos ha pedido: vuelve a ti, busca dentro, mira en tu interior”. Miremos nuestro interior y reflexionemos que “el desierto avanza, pero ¡hay de quienes albergan desiertos en su interior!” (Friedrich Nietzsche)
Preguntémonos ¿Cuáles son los desiertos que tenemos en nuestro interior?
Fernando Inzunza
Profesor de Religión